¿Quiénes somos?

Somos un grupo de líderes, habitantes de la Comuna 7 del Municipio de Medellín-Antioquia-Colombia, que ofrece acompañamiento a las familias y a las personas afectadas por situaciones de violencia intrafamiliar, por medio del suministro de información, la escucha, la remisión a atención especializada y el seguimiento a los casos, velando por respuestas sociales con dignidad y un debido proceso.

Misión
La Red de Apoyo Social de la Comuna 7 tiene como Misión contrarrestar la problemática de violencia intrafamiliar y promover el buen trato en la zona, a través de acciones de prevención y promoción.
Visiòn
La Corporaciòn Red de Apoyo Social-CORPOREDAS, sera en el año 2018 una organizaciòn autosostenible, con programas de impacto que involucren, sensibilizen y generen corresponsabilidad en la familia y la sociedad, en lo relacionado con la prevenciòn de la violencia intrafamiliar y la promociòn de buen trato.




domingo

AUTONOMÍA Y LIBERTAD EN LA CRIANZA DE LOS HIJOS


Todos los adultos que de una u otra manera participan en la crianza de los niños son, por definición, puericultores. Es decir, influyen, quiéranlo o no, háganlo consciente o inconscientemente, en la construcción que cada niño debe hacer de su propio desarrollo. Una de las metas fundamentales para alcanzar un desarrollo óptimo es la autonomía, entendida ésta como la capacidad de gobernarse, ser capaz de pensar y actuar por sí mismo, llegar a ser lo que se quiere para beneficio propio y de los demás.

Pero los niños no nacen siendo autónomos; por el contrario, dependen casi que exclusivamente de los adultos que los rodean, tanto para sobrevivir como para desarrollarse en todos los planos: biológico, psicológico y social. Es claro entonces que la autonomía, como las demás metas del desarrollo, la debe construir cada niño. El cómo lo haga va a depender en buena parte del acompañamiento que le brinden los adultos significativos para él.

Para comprender en su justa dimensión la trascendencia que tiene la autonomía en la crianza de los niños, veamos su enfoque desde distintos ángulos:

Autonomía física.

Prácticamente desde el nacimiento mismo, los padres están buscando en todo momento que los hijos se vayan volviendo progresivamente autónomos, independientes: todos se esfuerzan para que lleguen a alimentarse y asearse por sí mismos, que caminen, que hablen, que aprendan a controlar sus esfínteres, etc. Esto es lo que podría llamarse la búsqueda de una autonomía física (valerse por sí mismo).

Autonomía moral.

De igual manera, los padres también se esfuerzan, a través de todos los acontecimientos de la vida diaria, para que sus hijos aprendan a diferenciar entre el bien y el mal; lo que es correcto y lo que no lo es. Tratan de darles una crianza fundamentada en valores y esperan que vivan de acuerdo con los mismos, independientemente de que los vean o no, de que los premien o los castiguen. Esto es lo que significa una verdadera autonomía moral.

Autonomía emocional.

Las emociones, los sentimientos, hacen parte de la vida de toda persona. La alegría, la tristeza, la ira, el entusiasmo, el amor, el odio, en fin, todas las emociones están presentes en la mayoría de nuestros actos. Estas emociones no son buenas ni malas en sí mismas. Están ahí, hacen parte de lo cotidiano, como ya se anotó. Así, uno debería odiar la injusticia, amar la solidaridad, etc. El asunto fundamental está pues en cómo las manejamos, cómo las canalizamos. Si las orientamos correctamente o si por el contrario son ellas las que gobiernan nuestro comportamiento. Desde este punto de vista el niño también nace sin este componente de la autonomía; son sus emociones y sentimientos los que mueven, dirigen sus actos. Basta sólo recordar sus pataletas ante una frustración o cuando no se hace o se le da lo que él quiere. El acompañarlo afectuosa y efectivamente en el manejo correcto de estas emociones para que vaya adquiriendo la capacidad de regularlas y evitar así conductas inaceptables, es a lo que se orienta el componente emocional de la autonomía. Se busca pues que el niño alcance unas relaciones maduras con todos los que lo rodean.

Autonomía Social

El niño debe también adquirir, en el contexto de su desarrollo, las habilidades para convivir con sus padres, con otros adultos, con sus compañeros y hermanos. El hombre es un ser esencialmente social; siempre tiene que relacionarse con otros. El cómo se comporte en este campo va a ser decisivo (éxito o fracaso) en su vida adulta. Es por ello que la crianza debe estar siempre orientada hacia la aplicación y cumplimiento de normas, de derechos pero también de deberes, de respeto por los demás, de aceptar y tolerar las diferencias, en fin, de vivir armónicamente en comunidad. Es hacia este campo al que se orienta la construcción de la autonomía en su componente social.

Autonomía intelectual o cognitiva.

Los padres también se preocupan porque el niño aprenda, que conozca, que en su momento oportuno sepa leer, escribir, hacer las operaciones matemáticas, etc. Pero en este campo es también necesario ayudarles a que adquieran autonomía, que actúen por sí solos, que tengan sus propias ideas, las defiendan y las sepan expresar con la lógica y el respeto adecuados. No se trata de que memoricen datos y los repitan sin asimilarlos (“tragar entero” como se dice popularmente). Llegar a pensar por sí mismos pero con sentido crítico, atendiendo otras opiniones; saber diferenciar la calidad de un libro, una película o una obra por su propio criterio y no movido por la publicidad o por lo que está de moda: esto es autonomía intelectual.

Es claro pues, por lo visto hasta aquí, que la adquisición de la autonomía es un hecho de la mayor importancia en el desarrollo del niño. Pero, ¿Cuál es la función de los padres en este proceso? Además del acompañamiento permanente, es indispensable el ejemplo. Los niños necesitan constantemente de modelos, de “espejos” en quien reflejarse. No es posible esperar, por ejemplo, que un niño no mienta, si ve que sus padres lo hacen, así le digan a toda hora que no se deben decir mentiras.

Otro aspecto no menos importante es la manera como los padres tratan de criar a su hijo con el ánimo de ayudarlo a ser cada vez más autónomo. En este campo se dan dos extremos: Por un lado están los padres autoritarios, restrictivos, aquellos que todo lo quieren controlar; actúan como si sus reglas estuvieran escritas en moldes de concreto. Esta actitud puede generar niños introvertidos, temerosos, sumisos, dependientes, que actúan por miedo, es decir, niños no autónomos.

En el otro extremo están aquellos padres permisivos o indiferentes; los que le hacen todo a sus hijos y no les permiten explorar, ensayar o tomar la iniciativa por temor a que se lastimen, porque no saben o porque los niños se demoran mucho en hacer sus cosas y los padres casi siempre están de afán. Esta posición a su vez conlleva el riesgo de criar niños convencidos de que “el mundo les debe todo”. Son manipuladores, evasores de responsabilidades, incorregibles, siempre insatisfechos y esclavos de sus instintos y emociones. Es claro entonces que ninguno de estos extremos es una vía adecuada para que los niños adquieran una óptima autonomía.

¿Cuál es entonces la mejor opción?

Buscar un equilibrio entre estos extremos de tal suerte que los niños tengan padres que sean buenos modelos para que sus hijos aprendan así a solucionar sus conflictos y problemas, a tomar decisiones y a asumir responsabilidades, tal y como lo hacen sus padres. Además, padres que sean consistentes y justos en la aplicación de normas y sanciones, que respeten gustos y opiniones y que vivan en un clima familiar armónico. Este punto ideal lo resume muy bien D Baumrind cuando define lo que él llama el padre “autorizado”: aquel que dirige las situaciones de la vida diaria de manera racional; valora tanto la autoexpresión del niño como su respeto por la autoridad; aprecia la voluntad independiente y ejerce un control firme en los aspectos en que hay divergencias con el niño, pero no lo acorrala con constantes restricciones. Afirma sus cualidades pero también le fija criterios y consecuencias para su conducta futura.

Libertad y autonomía.

¿Y cuál es la relación entre autonomía, crianza y libertad?

El escritor Octavio Paz define la libertad como “un movimiento de la conciencia que nos lleva, en ciertos momentos, a pronunciar dos monosílabos: o No”. Ésta es tal vez la forma más sencilla, pero a la vez la más práctica de definir la libertad: la capacidad que tiene cada persona de hacer o no hacer algo, es decir, libertad es llegar a tener la capacidad de decidir por sí mismo, sin importar lo que piensen los demás, pero, como bien lo dice Octavio Paz, es una decisión que se debe tomar con conciencia, lo que significa que quien decida algo se dé cuenta de qué es lo que está decidiendo y asuma las consecuencias de su decisión, de su comportamiento. Entendiéndola así, es claro entonces que el actuar por costumbre (“si todos lo hacen, ¿por qué no lo puedo hacer yo?”) o por capricho (ser libre es hacer lo que me venga en gana), es todo lo opuesto a la libertad.

Comprendidos así estos dos términos, (autonomía y libertad), es fácil entender la estrechísima relación que existe entre ambos. La libertad es entonces el camino hacia la autonomía y ésta es el ejercicio, la puesta en práctica de la libertad. Tanto en la crianza de los hijos dada en el hogar como en la educación brindada en el colegio se debería tener siempre presente que libertad y autonomía van de la mano.

Estamos ejerciendo bien nuestra función de padres si nos vamos volviendo progresivamente innecesarios para nuestros hijos, pero para ello debemos ser unos buenos modelos de personas autónomas y libres, si no somos sobreprotectores ni autoritarios. Y estamos ejerciendo bien nuestra función de educadores si obramos de tal manera que la finalidad de la educación sea la autonomía. La meta es pues bien clara:

Debemos brindar una crianza basada en la libertad, asumiendo a los niños no simplemente como “objetos” de cuidado, sino como sujetos con derechos.

Luís Carlos Ochoa Vásquez
Pediatra y Puericultor
Profesor Universidad Pontificia Bolivariana

No hay comentarios: